En Tolima se usa para hablar del que manda en el parche, el que lleva la batuta y al que todos le paran bolas. Puede ser porque tiene mucha labia, porque es el más avispado o porque ya quedó como el líder del combo. No siempre es el jefe oficial, pero sí el que termina decidiendo qué se hace. Y suele creérsela bastante.
"Desde que Carlos se volvió el mandinga de la oficina, ahora todos los viernes arma el sancocho, pone la música a todo taco y nos tiene a todos metidos en la recocha hasta la madrugada."
En Catamarca, decir que alguien es 'mandinga' es afirmar que tiene un encanto especial para conseguir lo que quiere, como si tuviera una habilidad mágica para convencer o seducir.
"Ese flaco sí que es mandinga, logró que el profe le subiera la nota solo con una sonrisa."
En Mendoza se usa para hablar de alguien que se hace el valiente, medio temerario y agrandado, muchas veces con un par de vinos encima. No es tanto un héroe de leyenda, más bien el típico personaje que se cree invencible y se manda cada locura que ni te cuento. Y hay que admitir que a veces es bastante divertido verlo.
"Anoche el Fede se puso picado con el Malbec, se hacía el mandinga, se subió al escenario a cantar cuarteto y terminó abrazado al parlante."
En Santa Fe se usa Mandinga para hablar del diablo o de una mala racha que parece cosa de fuerzas oscuras. Es cuando todo se tuerce de forma tan absurda que dices que el Mandinga anda metiendo la cola. Suena medio dramático, medio en broma, y la verdad es que queda bastante pintoresco cuando lo tirás en una charla.
"Salí apurado para el laburo, se me pinchó la bici, perdí el bondi y encima llovía a baldazos. Te juro que hoy el Mandinga se levantó con ganas de joderme la vida."